Una respuesta desde el psicoanálisis al argumento de la angustia para reclamar el fin del aislamiento
Osvaldo Rodríguez es profesor adjunto de Psicoanálisis Freud (Facultad de Psicología, UBA).
El mundo globalizado que habitamos está, quizás por primera vez en su historia, amenazado por igual en todas sus latitudes. Un virus desconocido para la especie humana ha hecho estallar por el aire toda previsibilidad. La enfermedad no sabe de meritocracia y amenaza de muerte por igual a las sociedades más ricas y a las más pobres.
Mientras la ciencia no pueda dar una respuesta mediante el hallazgo de una vacuna o de un tratamiento, los únicos recursos eficaces con los que se cuenta son las medidas de higiene y el aislamiento de la población: la “cuarentena”.
Nunca se es suficientemente enfático para diferenciar epidemia de cuarentena. La primera es una amenaza de muerte, la segunda es el tratamiento posible.
Parece una obviedad, pero en esta época donde la verdad ha perdido su sitio, en manos de la preverdad –los prejuicios–, o de la posverdad, –la distorsión deliberada de una realidad–; se confunden ambas cuestiones como si fuesen lo mismo. De allí el título de este pequeño escrito cuya intención es intentar diferenciar una de la otra.
Una amenaza a la salud global de esta magnitud es también sin lugar a dudas un hecho político. Y la respuesta de todo tratamiento posible también es política.
No deja de ser curioso el hecho de que la preocupación por la angustia de la población haya llegado a un sector de los medios de comunicación y que alguno y alguna de sus periodistas se ha convertido en portavoz de esta preocupación.
No es menos curioso ni menos cierto que el acontecimiento de la pandemia ha quedado apresado en la disputa ideológica que atraviesa nuestra patria de norte a sur.
Así como Tom Hanks suele decir que, cuando se ve turbado por la confusión, volver a ver la película El padrino de Francis Frord Coppola le aporta claridad, a mí cuando el mundo se me vuelve confuso acudo al viejo zorro de Viena –Sigmund Freud– para orientarme.
El viejo maestro nos enseñó a distinguir entre:
* El miedo: es ante algo, le temo al lobo que acecha en la noche del bosque.
* El pánico: es aquello que irrumpe con notoria potencia y por sorpresa, no se está preparado para ello.
* Y la angustia: es esa expectativa que me permite prepararme para la inminencia del peligro; para decirlo simplemente, motoriza la lucha o la huida.
Desde luego que se podrían decir muchas más cosas sobre la angustia desde el punto de vista de la clínica psicoanalítica, pero no es lo que me interesa destacar en este breve comentario.
Lo que sí quiero resaltar es que cuando se apela al argumento de que la gente se angustia con la cuarentena como un motivo para terminar con ella es necesario decir que estar moderadamente angustiado es el estado más saludable que puede esperarse ante semejante situación, es el estado que nos mueve a tramitar del mejor modo posible la situación de aislamiento.
Si bajo la argucia de atacar la cuarentena en la arena de la disputa ideológica se apela a la angustia que las personas sienten, es necesario que digamos que esa angustia en principio es el motor del cuidado y, si adquiriese magnitudes intolerables, puede ser tratada de muy diversas maneras; es posible hacer consultas por medios electrónicos, como estamos haciendo todos los terapeutas con nuestros pacientes de siempre y con aquellos que nos consultan actualmente y retomar las sesiones presenciales cuando las circunstancias lo permitan, pero nunca la solución es enviar a los sujetos al encuentro posible con la muerte.
Siempre he sostenido, siguiendo a Freud, que el psicoanálisis es una herramienta adecuada no solo para el tratamiento singular de “los males del alma”, sino también para pensar y dar cuenta del malestar actual de la cultura.
Sin embargo, es necesario estar advertido del modo en cómo juegan los heraldos del malestar para no ser funcionales a ellos.
Humildemente les pido a mis colegas que, allí donde seamos convocados a reflexionar sobre los efectos de esta catástrofe mundial, no perdamos de vista los intereses que se juegan en cada uno de esos escenarios. Es menester que distingamos claramente entre la amenaza pandémica, la cuarentena como tratamiento, las intenciones políticas y nuestro profesionalismo clínico, siempre en defensa de la vida y la dignidad humana.
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